San Francisco de Sales y la educación
Si don Bosco escogió a san Francisco de Sales, fue por un motivo “pastoral”, pero no sólo por eso. Intuyó también que este obispo tenía una “fibra” educativa. En particular, le gustaba dar el catecismo a los niños. Además encontramos en sus obras muchas ideas sobre la manera de concebir y de ejercitar la educación de las nuevas generaciones. Recogemos aquí algunos trazos de su sabiduría educativa.
La educación, dice, es una obligación que hay que cumplir con amor, adaptándose a las necesidades y posibilidades de cada uno. Francisco de Sales admira el “talento” de una madre rodeada por sus hijitos, que sabe “dar a cada uno lo que le conviene y que los trata según sus propias capacidades físicas y espirituales”.
“Al que no tiene más que uno, dos o tres años, le da leche, le habla jugueteando con él, suavizando las palabras y no les hace decir: padre mío y madre mía, porque aun es demasiado pequeño, sino tan sólo: papá, mamá, ya que no podría pronunciar debidamente los nombres padre y madre. A los que tienen cuatro o cinco años les enseña a hablar mejor, a tomar alimentos más consistentes; y a los mayores los educa en el uso de maneras más civiles y a ser sencillos”.
Hagamos como el Señor, que acompaña a las personas de esta manera. Su pedagogía se asemeja a la de un padre atento a las capacidades de cada uno: “Como un padre tiene de la mano a su hijo – escribía a Juana de Chantal – adaptará sus pasos a los vuestros y será feliz de no ir más de prisa que vosotros”.
El método salesiano consiste en saber ganarse el corazón del joven, “porque quien gana el corazón del hombre ha ganado al hombre entero”. El autor de la Filotea escribió: “Por mi parte, Filotea, no he podido nunca aprobar el método de aquellos que, queriendo reformar al hombre, comienzan por lo exterior, los complementos, los vestidos, el cabello. Al contrario, a mí me parece que habría que empezar por lo interior: Convertíos a mí, dice el Señor, con todo vuestro corazón; hijo mío, dame tu corazón; porque, siendo el corazón la fuente de las acciones, éstas serán del mismo nivel que el corazón”.
También don Bosco prefería apelar a los recursos interiores del joven, tales como la razón, la religión y la afabilidad, más que a la presión exterior. Por otra parte, parece que la manera de intervenir propuesta por san Francisco de Sales, esté calcada de los tres modos que Dios usa con los seres humanos para indicarles su propia voluntad. En efecto, la Biblia nos dice que el Padre manda, el Hijo aconseja y el Espíritu Santo, inspira. Los padres poseen, como es obvio, el derecho y, a veces también el deber, de mandar sobre sus hijos por su proprio bien. Cuando son mayorcitos, la manera habitual consiste en darles buenos consejos. Pero el sistema salesiano por excelencia es el del Espíritu Santo, el cual obra en lo más intimo de la conciencia, no malbarata nada y respeta la libertad de la persona.
A una señora deseosa de progreso espiritual para sus seres queridos, escribía: “Hay que sembrar en ellos, con ejemplos y palabras, y con dulzura, ideas que les permitan adherirse a vuestro proyecto y, sin hacer ver que se les quiere instruir y conquistar, sugerir lentamente a su espíritu inspiraciones y pensamientos santos. Hacerlo así era trabajar ‘como los ángeles, con movimientos graciosos y discretos’ ”.
Una buena inspiración se comunica, sobre todo, con el ejemplo. Es una enseñanza silenciosa pero muy eficaz. Los cielos no hablan, dice la Biblia, pero glorifican a Dios con su silencio. En realidad, no basta con decir, hay que hacer, imitando así a Nuestro Señor, que se ha comprometido “durante treinta años a hacer, es decir, a obrar y a trabajar, y ha dedicado sólo tres años a enseñar, mostrándonos que el hacer es mejor que el decir”. El ejemplo, de hecho, suscita la imitación: “Los pequeños ruiseñores aprenden a cantar oyendo a los mayores”.
Entonces, ¿hay que renunciar a la corrección cuando ésta es necesaria? “En absoluto. Hay que corregir el mal y corregir los vicios de cuantos se confían a nuestros cuidados, de manera continua y severa, a la vez que con dulzura y amabilidad”. A una maestra que se lamentaba «de una niña rebelde y distraída», después de haber constatado que “a la más mínima descortesía que nos hace una cría, nos quejamos y gritamos”, Francisco de Sales daba este consejo: “No la corrijáis, si es posible, cuando estáis presos de la cólera; haced de manera que os obedezca de buena gana”.
Esta manera de hacer es más eficaz que el método represivo. ¿Quién no conoce su lema: “Se cazan más moscas con una cucharada de miel que con una tinaja de vinagre”?
La educación es un largo viaje: “Los grandes proyectos se realizan solamente poniendo mucha paciencia y mucho tiempo”, diría San Francisco de Sales, que tenía el sentido de lo real y de lo posible. “Para domar a un potro y hacer que esté tranquilo bajo la silla y la brida, se necesitan años enteros”, recuerda Francisco, que practicó la equitación en su juventud. Pero “lentitud no quiere decir renuncia o espera indolente. Al contrario, hay que saber sacar provecho de todo, sin pérdida de tiempo, aprendiendo a utilizar los años, los meses, las semanas, los días y hasta cada instante”.
Sobre todo, la paciencia tiene que nutrirse de esperanza: “Mientras los niños se encuentran en su tierna edad, hay que sufrir mucho”, pero, “seguimos educándoles bien; no hay tierra más ingrata, que la dedicación del campesino no logre hacer productiva”.
San Francisco de Sales en el corazón de don Bosco