Así que el Maestro, al que le encantaba la mesa (junto a sus amigos, ¡y qué amigos!) y sobre todo la sobremesa, no tuvo más remedio que reunir a unos y a otros, a ver si de una vez por todas (toquemos madera, o mejor, toquémonos el corazón) zanjaba el tema.
De esta manera Jesús les dijo, Jesús nos sigue diciendo hoy:
Dichosos los pobres “de cartera y de espíritu,” los que, a pesar de que llegar a fin de mes os cueste sudor, lágrimas y demasiadas horas extras, ayunáis de vuestro ego y compartís con los demás lo poco (cartera) o lo mucho (corazón) que tenéis.
Dichosos los que tenéis hambre de justicia, de paz, de fraternidad, y sois capaces de ayunar y poner a dieta a vuestros corazones del menú tan típico de las sociedades desarrolladas: “indiferencia rebozada con conformismo,” todo ello regado con “un buen vino de apatía.”
Dichosos los que ahora lloráis a las puertas de un mundo que os da con ellas una y otra vez en las narices, y sin embargo sois capaces de ayunar de las quejas, de la venganza y, sobre todo y lo más importante, de arrojar la toalla y daros media vuelta.
Dichosos seréis cuando vuestros mismos hermanos os obliguen, un día sí y otro también, a ayunar de un trabajo digno, de una tierra habitable, de una mano amiga, y lo soportéis y lo llevéis adelante en mi nombre…
Pero ay de vosotros, los ricos, que empacháis vuestras conciencias con el único ingrediente que nunca falta en vuestras mesas: la indiferencia.
Ay de los que hacéis la digestión tumbándoos a la bartola haciendo zapping con vuestro corazón, para no ver ni sentir a vuestros hermanos más pobres, más necesitados…
Ay de los que llenáis todos los días el carrito de la compra con silencios cómplices, sonrisas crueles, conciencias adormecidas…
Y ay, cuando vuestra gente brinde por vosotros y os invite a sus suculentas mesas, no sin antes desplegaros “la alfombra de los hombres de bien” para que no os extraviéis, no sea que acabéis en “alguna tasca” donde nadie os reconozca y… ¡menudo plan! no os dejen ocupar la mesa presidencial…
Así que de vosotros depende, amigos. El menú está servido. Si al finalizar esta Cuaresma llegáis con el corazón pesaroso, no acudáis a ningún dietista; la causa no es otra que una excesiva ingesta de calorías con un alto contenido en insolidaridad, indiferencia e intolerancia. Si, por el contrario, os presentáis con un corazón 10 en solidaridad, en amor y en compromiso, alegraos y disfrutad del Menú Pascual: Cristo resucitará en cada uno de vuestros corazones y saciará, y con creces, vuestra hambre de felicidad.
José María Escudero
De esta manera Jesús les dijo, Jesús nos sigue diciendo hoy:
Dichosos los pobres “de cartera y de espíritu,” los que, a pesar de que llegar a fin de mes os cueste sudor, lágrimas y demasiadas horas extras, ayunáis de vuestro ego y compartís con los demás lo poco (cartera) o lo mucho (corazón) que tenéis.
Dichosos los que tenéis hambre de justicia, de paz, de fraternidad, y sois capaces de ayunar y poner a dieta a vuestros corazones del menú tan típico de las sociedades desarrolladas: “indiferencia rebozada con conformismo,” todo ello regado con “un buen vino de apatía.”
Dichosos los que ahora lloráis a las puertas de un mundo que os da con ellas una y otra vez en las narices, y sin embargo sois capaces de ayunar de las quejas, de la venganza y, sobre todo y lo más importante, de arrojar la toalla y daros media vuelta.
Dichosos seréis cuando vuestros mismos hermanos os obliguen, un día sí y otro también, a ayunar de un trabajo digno, de una tierra habitable, de una mano amiga, y lo soportéis y lo llevéis adelante en mi nombre…
Pero ay de vosotros, los ricos, que empacháis vuestras conciencias con el único ingrediente que nunca falta en vuestras mesas: la indiferencia.
Ay de los que hacéis la digestión tumbándoos a la bartola haciendo zapping con vuestro corazón, para no ver ni sentir a vuestros hermanos más pobres, más necesitados…
Ay de los que llenáis todos los días el carrito de la compra con silencios cómplices, sonrisas crueles, conciencias adormecidas…
Y ay, cuando vuestra gente brinde por vosotros y os invite a sus suculentas mesas, no sin antes desplegaros “la alfombra de los hombres de bien” para que no os extraviéis, no sea que acabéis en “alguna tasca” donde nadie os reconozca y… ¡menudo plan! no os dejen ocupar la mesa presidencial…
Así que de vosotros depende, amigos. El menú está servido. Si al finalizar esta Cuaresma llegáis con el corazón pesaroso, no acudáis a ningún dietista; la causa no es otra que una excesiva ingesta de calorías con un alto contenido en insolidaridad, indiferencia e intolerancia. Si, por el contrario, os presentáis con un corazón 10 en solidaridad, en amor y en compromiso, alegraos y disfrutad del Menú Pascual: Cristo resucitará en cada uno de vuestros corazones y saciará, y con creces, vuestra hambre de felicidad.
José María Escudero