Ya están aquí, otra vez, los temidos exámenes. Esta época especial para todos los estudiantes se convierte en un tiempo que también puede verse desde su lado «creyente».
1) TIEMPO DE FE: En tiempo de exámenes es muy frecuente que se despierte la religiosidad profunda. Ese momento en que recordamos que Dios es todopoderoso y que a lo mejor puede influir misteriosamente en la mente de los catedráticos para que pongan justo los temas que mejor me sé: «Dios mío, Dios mío, que apruebe». El intento es legítimo, pero si al final no apruebas no te enfades con Dios. Hay otros candidatos mucho más idóneos para ser el blanco de tus iras: Los profesores (mira que preguntar eso); tus amigos (por obligarte a salir y eso); o incluso tú mismo (¿Quién lo hubiera dicho? Si lo tenía todo muy reciente. Tal vez tendría que haber dormido un poco más?)
2) TIEMPO DE CONVERSIÓN: Dicen que la Navidad es el tiempo de los buenos propósitos. Qué va. Para un estudiante el tiempo de los buenos propósitos es el período de exámenes: La próxima vez empezaré desde el principio; esto no me vuelve a pasar. Y el pronóstico más arriesgado: «El año que viene no falto a ninguna clase». Reto. Cuando pienses en todas estas cosas, apúntatelo en el móvil y ponte una alarma para recordarlo al inicio del próximo curso. Y que se repita a diario. Si luego lo cumples, genial. Si no, al menos podrás reirte de tu ingenuidad.
3) TIEMPO DE IRA: Llegan los exámenes y entonces odias a todo el mundo. A tus hermanos, que hacen ruido solo para fastidiarte. A los vecinos, que ponen música a todo volumen. A tus padre, que te preguntan qué tal va a todo, sin asumir lo evidente: que todo va terriblemente mal y no tienes ganas de hablar. A tus amigos que han estudiado, por listillos. A los que no, por ser una mala influencia Tal vez habría otra forma de ver las cosas: tus hermanos tienen que seguir con su vida. Los vecinos ni siquiera saben que estás en exámenes. El interés de tus padres es preocupación genuina y no lleva un mudo reproche escondido. Y tus amigos lo son para las horas buenas y las malas. Y el mal humor no arregla nada. Si puedes, sonríe.
4) TIEMPO ESPECIAL: En tiempo de exámenes el mundo se paraliza. No hay espacio para todas las actividades complementarias que habitualmente tienen un hueco en tu agenda: ni correr, ni gimnasio, ni clase de música o idiomas, ni voluntariado, ni cafetín, ni mus, ni leer novelas, ni pachanguita de fútbol, ni compras… Y en cambio tu universo se puebla de nuevos compañeros de camino: café (muy cargado), toneladas de papeles y apuntes escritos en clave, más cigarrillos que de costumbre, ojeras, despertadores que adelantan el timbre hasta es as horas en que las calles ni siquiera parecen estar puestas. Ánimo. La vida normal volverá. José María Rodríguez Olaizola, sj (pastoralsj.org)
1) TIEMPO DE FE: En tiempo de exámenes es muy frecuente que se despierte la religiosidad profunda. Ese momento en que recordamos que Dios es todopoderoso y que a lo mejor puede influir misteriosamente en la mente de los catedráticos para que pongan justo los temas que mejor me sé: «Dios mío, Dios mío, que apruebe». El intento es legítimo, pero si al final no apruebas no te enfades con Dios. Hay otros candidatos mucho más idóneos para ser el blanco de tus iras: Los profesores (mira que preguntar eso); tus amigos (por obligarte a salir y eso); o incluso tú mismo (¿Quién lo hubiera dicho? Si lo tenía todo muy reciente. Tal vez tendría que haber dormido un poco más?)
2) TIEMPO DE CONVERSIÓN: Dicen que la Navidad es el tiempo de los buenos propósitos. Qué va. Para un estudiante el tiempo de los buenos propósitos es el período de exámenes: La próxima vez empezaré desde el principio; esto no me vuelve a pasar. Y el pronóstico más arriesgado: «El año que viene no falto a ninguna clase». Reto. Cuando pienses en todas estas cosas, apúntatelo en el móvil y ponte una alarma para recordarlo al inicio del próximo curso. Y que se repita a diario. Si luego lo cumples, genial. Si no, al menos podrás reirte de tu ingenuidad.
3) TIEMPO DE IRA: Llegan los exámenes y entonces odias a todo el mundo. A tus hermanos, que hacen ruido solo para fastidiarte. A los vecinos, que ponen música a todo volumen. A tus padre, que te preguntan qué tal va a todo, sin asumir lo evidente: que todo va terriblemente mal y no tienes ganas de hablar. A tus amigos que han estudiado, por listillos. A los que no, por ser una mala influencia Tal vez habría otra forma de ver las cosas: tus hermanos tienen que seguir con su vida. Los vecinos ni siquiera saben que estás en exámenes. El interés de tus padres es preocupación genuina y no lleva un mudo reproche escondido. Y tus amigos lo son para las horas buenas y las malas. Y el mal humor no arregla nada. Si puedes, sonríe.
4) TIEMPO ESPECIAL: En tiempo de exámenes el mundo se paraliza. No hay espacio para todas las actividades complementarias que habitualmente tienen un hueco en tu agenda: ni correr, ni gimnasio, ni clase de música o idiomas, ni voluntariado, ni cafetín, ni mus, ni leer novelas, ni pachanguita de fútbol, ni compras… Y en cambio tu universo se puebla de nuevos compañeros de camino: café (muy cargado), toneladas de papeles y apuntes escritos en clave, más cigarrillos que de costumbre, ojeras, despertadores que adelantan el timbre hasta es as horas en que las calles ni siquiera parecen estar puestas. Ánimo. La vida normal volverá. José María Rodríguez Olaizola, sj (pastoralsj.org)