Es significativo que el primer testigo de la resurrección sea María Magdalena, una mujer, discípula y amiga de Jesús. Ahora es misionera y apóstol. En esto son unánimes los evangelistas: en que los primeros testigos de la resurrección de Jesús fueron mujeres que llevaron la alegre noticia a los apóstoles.
En el texto de hoy la resurrección de Jesús es vista por tres miradas distintas: La mirada de una mujer a quien el amor hace madrugar, la del discípulo amigo a quien la amistad hace correr y anticiparse al compañero, y la de Pedro, a quien su autoridad le permite entrar el primero en el sepulcro vacío.
¿Qué ocurrió allí, en la oscuridad del sepulcro?
Del discípulo amigo se dice que «vio y creyó». De Pedro no se dice nada. De María Magdalena que se quedó llorando (Jn. 20,11). Los caminos de la fe son muy diferentes. Cada cual tiene su propio camino y recibe de forma diversa el regalo de la fe.
Al discípulo amigo de Jesús, caracterizado por una amistad sin complicaciones, le bastó ver el sepulcro vacío para creer.
El tipo de cristiano, – representado por Pedro que traicionó a Jesús -, entra al sepulcro vacío y aunque recoge datos y testimonios, no se dice que creyó en el resucitado. Su fe se manifestará en otro momento, más adelante, bajo la fuerza del perdón de Jesús.
María Magdalena nos muestra otro camino de fe. A pesar de su gran amor por Jesús, tampoco alcanza a descubrir al Señor resucitado en el sepulcro vacío. Su amor, pendiente de la suerte del cuerpo físico del Maestro, la ofuscó y se quedó llorando y en silencio. Fue su forma de acceder a Jesús.
Los cristianos no tenemos marcado un camino de fe idéntico. Dios nos manifiesta la fe en Jesús, muerto y resucitado, de muchas formas. Lo importante es mantener la unidad respetando la diversidad.
Lo importante es sabernos unidos para cuidar y respetar esa vida nueva que Dios nos regala en la resurrección de Jesús.