El nombre de Isaac Díez cobró notoriedad pública en 1996, a raíz del secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, de quien es cuñado.
Isaac se convirtió en el portavoz de la familia durante los 532 días en los que Ortega Lara estuvo retenido a manos de ETA, en la penumbra de un zulo en Mondragón, hasta que fue liberado por la Guardia Civil el 1 de julio de 1997.
Desde entonces, este hombre de humilde actitud y formado en la fe cristiana ha realizado una callada labor en favor de decenas de víctimas del terrorismo. A día de hoy, mantiene discretamente «el contacto» con muchas de ellas.
Isaac, 67 años, se presenta como un «educador». Salesiano sacerdote ha dirigido durante estos seis últimos años el centro de Salesianos de Deusto, en Bilbao, tras una larga etapa de colaboración con países en desarrollo, en tanto que responsable de la ONG Jóvenes y Desarrollo, antes Jóvenes y Tercer Mundo, defendiendo proyectos solidarios y de mejora ante las instituciones europeas y formando voluntarios para colaborar sobre el terreno.
Su experiencia en la atención a «personas que sufren y lo pasan mal» le ha curtido como una especie de pastor que ha visto el lobo del terror en casi todas sus representaciones. Lo ha identificado al escuchar el testimonio de víctimas de ETA y de otras muchas violencias que han llamado a su puerta en busca de paz interior.
Y lo vio también en las necesidades de las poblaciones de los países por los que ha dado la cara: desde Benín, en el Golfo de Guinea, por decir, hasta el ambiente violento que empapa El Salvador, donde ha trabajado para jóvenes atrapados por las bandas criminales de las maras, pasando por el desolado Haití.
Este trabajo -misión- en la ONG fue su último destino antes de trasladarse a la capital vizcaína con una importante lección de vida: «He aprendido a tomar en serio el sentido de la persona, su desarrollo y sus derechos fundamentales».
La secuencia cronológica de Isaac Díez comienza en el internado de Salesianos Domingo Savio (Logroño), en el que se estrenó como educador. Con apenas veinte años, trataba a 200 chavales becados por el Ministerio de Trabajo, cuyos padres habían muerto o resultado lisiados en accidentes laborales en las cuencas mineras, sobre todo en el valle asturiano de Aller, dedicado a la extracción de carbón. «Ese trabajo me decidió a ordenarme», relata. Se formó en la localidad alavesa de Zuazo de Cuartango y de ahí pasó a Urnieta, en Gipuzkoa. Completó su formación en Salamanca y Vitoria.
Siendo el responsable de los Salesianos en la Zona Norte, conocida como Inspectoría de San Francisco Javier, visitó en Benín las comunidades que dependían de Bilbao. Al regresar a España, se encontró con el secuestro de su cuñado. – Cuando se quedó a solas con Ortega Lara, ¿qué se dijeron? – Le dije: “Mira, yo no te voy a preguntar nada que tú no me quieras decir. Y no te voy a decir nada, aunque me lo preguntes, si considero que no te lo debo decir”. Eso es clave en la atención a las víctimas. En estos temas, el educador tiene que quedar siempre libre y dejar siempre a la otra persona en libertad.
«Ser libre y crear libertad»
El trato «afectivo» con personas «muy marcadas por el desastre» de la violencia requiere de una «gran sensibilidad», explica Isaac Díez. Se trata, apunta, de «ser libre y de crear libertad». De que el educador no quede perturbado por el sufrimiento de la víctima ni de generar dependencia excesiva por su parte. «Esto es básico, pero nada fácil de lograr». Lo dice un hombre que ha ayudado a recuperar «el sentido de la vida» a personas que quedaron marcadas por el terror.
Un lenguaje «distinto»
Salesiano y sacerdote: educador salesiano. Formado en Zuazo de Cuartango, Urnieta, Salamanca y Vitoria. Nunca ha sido cura de parroquia ni ha vestido sotana. Ha liderado, como ya lo hemos indicado, proyectos de desarrollo en países en desarrollo, lo que la Iglesia conoce como “misiones”.
Estamos hechos a oír hablar del terrorismo vivido y que sufren nuestras sociedades; menos, tal vez, al terrorismo internacional del sistema económico retroalimentado que genera tanta miseria, tanto deshecho humano, tanta marginación, tanta exclusión… víctimas, las hay a millones… África, por ejemplo: se la explota, se la expolia, se la excluye y se la extermina…
Víctimas que son el testimonio de una degradación moral de la propia sociedad, de toda la sociedad. Por eso estamos obligados a ser muy sensibles y diseñar caminos de compromiso ético para que nadie vuelva a ser objeto de la violencia. Necesitamos una sociedad humana, que supere todos los elementos traumáticos, en favor de la convivencia. Para mí, el hecho de que las víctimas se tengan que asociar como víctimas, en nuestro país, para luchar por sus derechos, está expresando que la sociedad y los poderes públicos no están cumpliendo con su responsabilidad, que es que no haya víctimas y que las personas puedan convivir humanamente. Por eso el testimonio de la víctima es incómodo y se levantan vallas de diferentes clases, internas y externas. Eso lo digo desde mi fe cristiana y mi ser educador.