Al comienzo de una aventura, cada uno goza de la «suerte del principiante».
Un signo de «benevolencia» del destino, de la Providencia, nos indica que estamos en el buen camino y nos alienta en nuestra decisión de aceptar el desafío.
Vienne, a continuación, la prueba del iniciado, la etapa larga del camino “de la paciencia”, donde se miden las voluntades, la firmeza de las determinaciones.
Ahí se distinguen dos categorías de personas: las que perseveran y las que se derrumban.
Después se perfila el asalto final, el del conquistador, la última prueba, donde solo el más fuerte, el más decidido, alcanza la meta. Pero algunos han realizado tantos esfuerzos hasta ese momento, sin haber sabido administrarse que acaban, por cansancio, cediendo al desánimo cuando ya estaban al final…