Que las redes sociales son parte de nuestra vida ya no nos lo tiene que decir ningún estudio. Aunque a algunos les vendría bien recordar que intentar que el virtual sea un mundo completamente ajeno al real es engañarse, porque las redes no son una suerte de ‘aguas internacionales’ donde todo vale (ni siquiera en las aguas internacionales de verdad todo vale).
Conforme esta realidad impregna nuestra vida vamos viendo cómo su presencia nos afecta en el día a día, los efectos que tiene sobre nuestra forma de ser, nuestra identidad… Así como reconocemos muchas veces las relaciones tóxicas en nuestra vida, o esas actividades que no nos aportan nada, o nos deprimen; las que nos alegran y estimulan, los amigos y la familia que nos rodean y sostienen. Del mismo modo pasa en las redes, si lo piensas bien. Cuántas veces no abres Twitter y terminas cabreado o asustado al leer sobre la última polémica, o te ríes con alguna ocurrencia que lees. O te metes en Instagram y te deprime ver esas vidas tan alejadas de la tuya, esos cuerpos tan perfectos, o se te escapa una sonrisa al ver las últimas fotos de tu amiga que está de Erasmus. En definitiva, en las redes encontramos, igual que en otras zonas de nuestras vidas, todo lo bueno y lo malo que hay en el mundo. Nos acercan a nuestros seres queridos, nos informan y a la vez nos engañan y nos hacen desear imposibles. Como medio que son, depende de cómo y para qué las usemos.
El problema no es ese. Tiene más que ver con lo que algún reciente estudio ha publicado relacionando la depresión con redes basadas en la imagen. El mundo virtual es tan real como el que ves a través de tu ventana y por tanto no somos inmunes a él. Ese es el reto. Descubrir de qué modo nos afecta, porque todo lo que la vida te aporta, y también las mismas trampas que te encuentras, está presente en las redes. Por eso cuando hablamos de aprender a usar las redes, hablamos de aprender a reaccionar a lo que nos ofrecen. Hablamos de no dejarnos llevar por trampas que nos frustran –hay mucho decorado en Instagram, muchos trucos y fuegos artificiales que quedan en nada– y fortalecernos en todo lo bueno que nos traen estar en contacto con los lejanos y los cercanos, compartir la vida. Quedarnos con lo bueno y evitar lo malo. Tan simple y tan complejo como la vida misma, pero un aprendizaje necesario para movernos libres, conscientes, sabiendo qué queremos y hacia dónde vamos. Álvaro Zapata, sj (pastoralsj.org)
Conforme esta realidad impregna nuestra vida vamos viendo cómo su presencia nos afecta en el día a día, los efectos que tiene sobre nuestra forma de ser, nuestra identidad… Así como reconocemos muchas veces las relaciones tóxicas en nuestra vida, o esas actividades que no nos aportan nada, o nos deprimen; las que nos alegran y estimulan, los amigos y la familia que nos rodean y sostienen. Del mismo modo pasa en las redes, si lo piensas bien. Cuántas veces no abres Twitter y terminas cabreado o asustado al leer sobre la última polémica, o te ríes con alguna ocurrencia que lees. O te metes en Instagram y te deprime ver esas vidas tan alejadas de la tuya, esos cuerpos tan perfectos, o se te escapa una sonrisa al ver las últimas fotos de tu amiga que está de Erasmus. En definitiva, en las redes encontramos, igual que en otras zonas de nuestras vidas, todo lo bueno y lo malo que hay en el mundo. Nos acercan a nuestros seres queridos, nos informan y a la vez nos engañan y nos hacen desear imposibles. Como medio que son, depende de cómo y para qué las usemos.
El problema no es ese. Tiene más que ver con lo que algún reciente estudio ha publicado relacionando la depresión con redes basadas en la imagen. El mundo virtual es tan real como el que ves a través de tu ventana y por tanto no somos inmunes a él. Ese es el reto. Descubrir de qué modo nos afecta, porque todo lo que la vida te aporta, y también las mismas trampas que te encuentras, está presente en las redes. Por eso cuando hablamos de aprender a usar las redes, hablamos de aprender a reaccionar a lo que nos ofrecen. Hablamos de no dejarnos llevar por trampas que nos frustran –hay mucho decorado en Instagram, muchos trucos y fuegos artificiales que quedan en nada– y fortalecernos en todo lo bueno que nos traen estar en contacto con los lejanos y los cercanos, compartir la vida. Quedarnos con lo bueno y evitar lo malo. Tan simple y tan complejo como la vida misma, pero un aprendizaje necesario para movernos libres, conscientes, sabiendo qué queremos y hacia dónde vamos. Álvaro Zapata, sj (pastoralsj.org)