Un niño al que aprendió «las oraciones», se puso a rezar para pedir, desde el secreto de su corazón, tantas cosas que le parecían necesarias para su vida. Había de todo en aquella macedonia de peticiones: la salud, la suerte, la inteligencia, tal o tal regalo muy concreto y muchas otras cosas… En su corazón atento, formuló muchas peticiones y fue realmente bonito ver su sinceridad.
Más tarde lo pudo encontrar, y me dijo entonces, cuando le pregunté sobre su fe, que desde hacía mucho, no rezaba más. Porque hasta donde le alcanzaba la memoria, no encontraba ni una sola respuesta a sus oraciones, nunca. ¿Entonces, para qué rezar?
¡Ay!, si alguien le hubiera dicho, cuando el niño aprendía a rezar, precisándoselo bien, que los dones de Dios siempre son para ir hacia los demás. ¡Siempre!