Ocurrió un 8 de diciembre y fue la semilla de la obra salesiana y los oratorios-centros juveniles.
Con un sencillo encuentro entre un joven sacerdote y un chico albañil e inmigrante comienza la historia del Oratorio de San Francisco de Sales. Un momento entrañable para Don Bosco, para sus chicos y para los primeros salesianos, que recuerdan con mucho cariño y admiración. Es un momento carismático que no sólo alienta el recuerdo, sino que también es motivo para incentivar nuevos encuentros educativos. El recuerdo de este acontecimiento iluminó posteriormente muchos momentos de la vida el Oratorio y de la Congregación Salesiana.
Don Bosco contó que todo comenzó con una sencilla catequesis. Hoy en el relato se descubre un itinerario de acompañamiento típicamente salesiano que ayuda a descubrir como entendía Don Bosco el proceso educativo y sus elementos esenciales:
- La acogida incondicional y afectuosa del joven.
- La celebración de la Eucaristía.
- La sencilla catequesis de Don Bosco, el rezo del ave María.
- La misión encomendada al joven de ser multiplicador de tal propuesta a otros chicos.
Por ese motivo, el 8 de diciembre, se convoca a la celebración del 175 aniversario de aquel primer encuentro junto a los destinatarios actuales de los Oratorios y Centros Juveniles. En las redes sociales se ha propuesto el hashtag #175sabessilbar para rememorar este acontecimiento tan importante en la historia salesiana.
Esta es la historia contada por Don Bosco:
Estaba preparándose para celebrar la misa. El sacristán se está peleando con un joven y le dice: «¿Qué vienes a hacer en la sacristía? ¡Márchate de aquí!» Y comienza a golpearlo.
– «¿Qué haces? ¡Deja a ese niño!», le grita Don Bosco.
– «Ven, ven aquí. No te haré nada. ¿Cómo te llamas?».
– «Bartolomé Garelli. Soy aprendiz albañil y no tengo ni padre ni madre».
– «¿Sabes leer? ¿Escribir? ¿Te recuerdas al menos de las oraciones? ¿Asistes al Catecismo?».
– «Como soy mayor que otros se burlarán de mí y no me atrevo. Me da vergüenza».
– «¿Me puedes esperar hasta que termine la Misa?».
Terminada la Misa, Don Bosco lleva a su alumno detrás de la sacristía.
– «¡Bien! Y ahora comencemos. Antes recemos juntos un avemaría a la Virgen. Me has dicho que no sabes leer, que no sabes escribir, que no te acuerdas de las oraciones… ¿Sabes al menos silbar?».
– «¡Oh, eso sí!», responde Garelli con una amplia sonrisa.
Don Bosco había vencido: la puerta de la confianza se había abierto.
Terminada la primera lección, Don Bosco le hace prometer que volverá el domingo siguiente con otros amigos.
El chico cumple lo prometido y vuelve con una decena de jóvenes de unos 15 años, casi todos albañiles como él.
«A este primer alumno se unieron otros; durante aquel invierno me limité a algunos mayorcitos que necesitaban una catequesis especial y, sobre todo, a los que salían de las cárceles. Entonces palpé por mí mismo que si los jóvenes salidos de lugares de castigo encontraban una mano bienhechora que se preocupara de ellos, les asistiera en los días festivos, les buscara colocación con buenos patronos, les visitara durante la semana, estos jóvenes se daban a una vida honrada, olvidaban el pasado y resultaban, al fin, buenos cristianos y honrados ciudadanos».