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En este curso escolar tenemos una campaña pastoral con el lema «UN SUEÑO PARA TÍ»  para todas las casas
salesianas de España.
 Con esta campaña y “en el bicentenario del sueño de los 9 años de Don Bosco, revitalizamos la propia vocación salesiana, suscitando, acompañando y sosteniendo compromisos
vocacionales entre los jóvenes y laicos que habitan nuestras Comunidades Educativo-Pastorales.”
 Recordar este sueño es hacer un recorrido por la vida de Don Bosco: el sueño se fue haciendo realidad en las decisiones que tomó, la actividad que desarrolló con y para sus jóvenes, las personas a las que animó para le acompañaran en este sueño que guió su vida y sigue ofreciéndonos inspiración para la nuestra. Se trata de un sueño vocacional, un sueño compartido y un sueño comprometido. Don Bosco narró este sueño por primera vez a la edad de 9 años y por segunda vez cuando tenía 43 años y al Papa Pío IX que «me mandó que lo escribiera al pie de la letra, con todo detalle, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación (Salesiana) por la que había realizado el viaje a Roma». Y este es el sueño contado por el mismo en las Memorias del Oratorio:

A su tiempo lo comprenderás todo

«Tuve por entonces un sueño, que me quedó profundamente grabado para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí enseguida en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos.
En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo. Su rostro era tan luminoso que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:

  Con golpes, no; sino que deberás ganarte a estos tus amigos con la mansedumbre y la caridad. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.

Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos muchachos. En aquel momento cesaron ellos en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin casi saber lo que me decía, añadí:

  ¿Quién sois vos para mandarme estos imposibles?

  Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible con la obediencia y la adquisición de la ciencia.

  En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?

  Yo te daré la Maestra. Bajo su disciplina podrás llegar a ser sabio, pero sin Ella toda sabiduría se convierte en necedad.

  Pero ¿quién sois vos que me habláis de este modo?

  Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día. -Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco, sin su permiso. Decidme, por tanto, vuestro nombre.

  Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.

En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. Ella, al verme cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase, y tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:

  Mira.

Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos habían desaparecido. Y vi en su lugar una multitud de cabritos,
perros, gatos, osos y varios otros animales. La majestuosa Señora me dijo:

  He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.

Volví entonces la mirada, y en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y balando a su alrededor. En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:

  A su debido tiempo, lo comprenderás todo.

Dicho esto, un ruido me despertó y todo desapareció.»

Sacerdote Giovanni Bosco 

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