“Eso pa mi”, “esto lo quiero”, “esto me lo pido”. Estos son algunos de los estribillos que, hace unos días, decía a sus padres  un niño de unos cuatro años en una tienda de juguetes.

Y es que somos egoístas por naturaleza y queremos tener todo lo que nos gusta  y si es rápido y “ya”, mejor. Lo malo del asunto es que nuestros deseos de tener todo lo que nos gusta chocan enseguida con la realidad del vivir en una familia, en una clase en el cole o en la sociedad y no poder cumplirlos, o no del modo cómo nos gustaría. Es lo que llamamos frustración.
Es decir los límites, la frustración a nuestros deseos está ahí y forma parte de la vida diaria de las personas. Y ante ella solemos reaccionar, en general, de tres posibles maneras:

  1. Con agresividad: pegando, golpeando, agrediendo, insultando, maldiciendo… El sentimiento predominante es la ira. No soluciona la situación y podemos decir que nos deja peor que antes, llenos de malestar.
  2. Como víctima: “no soy capaz de conseguir lo que quiero, no valgo, no sirvo, me retiro de la vida”. El sentimiento predominante es la tristeza, la amargura, la depresión. Tampoco soluciona el problema y lo único que hace es hundirnos más en la miseria.
  3. Como estímulo o reto. “Voy a ver cómo lo puedo conseguir por otro camino, por otros medios, intentándolo de otra manera…” Es la única manera de solucionar los problemas y nos hace sentirnos bien con nosotros mismos, al sacar de nosotros y descubrir recursos personales que quizá no conocíamos y que de otra manera no habrían salido a flote.

¿De qué depende la manera de afrontar esa realidad llamada frustración? Sobre todo del modo en que nos han educado nuestros padres y profesores. Padres que no son capaces de negar nada a sus hijos, de ponerles límites, de decirles que “no”, de “que no pasen lo que yo pase” y así les pasan todo, están haciéndoles un flaco favor a sus hijos. Profesores que por no enfrentarse a sus alumnos, ni darse malos ratos, le permiten hacer lo que quieren, les facilita excesivamente las cosas pueden parecer “muy guais” para los alumnos, pero les están haciendo un regalo envenenado.
O sea, que la frustración bien entendida, aplicada y explicada, es un buen elemento educativo en la vida de los jóvenes y en su maduración y crecimiento personal, aunque, a veces, sepa a medicina amarga.
Mateo del Blanco (pastoraljuvenil.es)

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