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Artículo de opinión del salesiano Josan Montull (salesianos.edu)

La manifestación en favor de la libertad de enseñanza que tuvo lugar en Zaragoza el pasado martes 4 de abril desbordó las previsiones más optimistas de los organizadores. Donde se esperaba la asistencia de 10.000 personas, llegaron 40.000. Eran hombres y mujeres de todas las raleas, gente del profesorado, de la limpieza y de la Administración de las escuelas. Había padres y madres, alumnos y alumnas… y mucha gente joven. Me sorprendió ver a universitarios que habían pasado años en escuelas concertadas y que acudían a la manifestación sabiendo que los que se jugaba era el reconocimiento del ámbito escolar en el que habían crecido y se habían educado.

Entre los asistentes reconocí y abracé a personas del más amplio espectro político. Había votantes y simpatizantes del PP, de Ciudadanos, del PAR, de la CHA, de Podemos, de IU y muchos votantes socialistas.

También abracé a maestros de la Escuela Pública que participaban de la manifestación. Algunos llevaban a sus hijos a escuelas concertadas, pensé… 40.000 personas en Aragón. 40.000 historias. 40.000 voces unidas para manifestar su hastío por políticas que ponen la Escuela Concertada en el punto de mira y que la utilizan como moneda de cambio para cuestiones partidistas.

Desde hace años la Escuela Concertada lleva viviendo descalificaciones sistemáticas y calumnias permanentes que pretenden empañar todo el trabajo extraordinario que tantos trabajadores llevan a cabo en un ámbito tan sagrado como es la educación de nuestros chavales. Por eso quiero expresar que:

  • No es cierto que la escuela concertada ideologice con un catolicismo rancio a los jóvenes.
  • No es cierto que la Concertada sea la escuela de los ricos. En ella hay chavales inmigrantes, alumnos con necesidades especiales y chicos y chicas en situación de exclusión social.
  • No es cierto que el apoyo de la Administración a la Escuela concertada suponga ir en contra de la Pública.
  • No es cierto que niños y niñas de confesiones religiosas no cristianas no puedan acceder a la Escuela Concertada.

Toda mi vida he trabajado en la Escuela Concertada. He estado durante años en Proyectos de Integración que una Ley de Educación suprimió; he dado clase a jóvenes en escuelas de adultos; he sido tutor de chavales con penas judiciales, he enseñado cultura religiosa a cristianos, musulmanes y no creyentes; he rezado en mezquitas con jóvenes islámicos y en iglesias con cristianos, he dado clase de Historia y de Lengua a jóvenes que estudiaban Mecánica, Electricidad o Administración, he enterrado a alumnos y he llorado con otros, he hecho campamentos, colonias, viajes con muchos niños y niñas; he hecho teatro en pueblos de nuestra comunidad autónoma con muchos jóvenes; he sido testigo de compañeros profesores y alumnos que han hecho y hacen campos de trabajo en el Tercer Mundo, sigo animado un centro juvenil y sigo dando clase y compartiendo muchas horas con jóvenes. Y esto no lo hago solo… lo hago con otros compañeros y compañeras de la Escuela Concertada que se dejan la piel en la educación dedicando muchas horas a innovar, aprender, inventar formas de hacer una Escuela solidaria, inclusiva y popular acorde a los tiempos y con vocación de trasformar la Historia.

Guardo una excelente relación y amistad con muchos compañeros de la Escuela Pública. Creo que unos y otros estamos llamados a trabajar juntos y a ayudarnos. No tengo ninguna duda que el pretendido enconamiento de los dos tipos de escuela responde a intereses políticos oscuros, rancios y casposos que poco tienen que ver con la Educación.

Y es que la Educación no es un problema de estrategias de poder para relegar a unos o a otros en aras de un pretendido bien común. Aquí no hay ni derechas ni izquierdas. La educación es un problema de amor. Sólo desde el amor se puede entrar en la dimensión sagrada de una criatura para irla formando y ayudando a madurar. Ese amor es el que debe hacer que haya un respeto extraordinario por los hombres y mujeres que trabajan en Escuelas, concertadas o públicas, por el bien de los chavales. Utilizar la Escuela como moneda de cambio es una perversión política mediocre y trasnochada.

Recuerdo mis primeras manifestaciones. Alboreaba la democracia y la policía nos perseguían a golpes. Los estudiantes de entonces queríamos romper la inercia de una dictadura que no acababa de desaparecer. Más de un porrazo y un susto me llevé. Gritábamos “Libertad” y corríamos. Queríamos cambiar las cosas entre la ilusión y el miedo.

Lo recordé el martes en las calles de Zaragoza. Qué hermoso, pensé, es manifestarse sin que te persigan o te detengan. Pero, recordando aquellos lejanos años de la agonía de la dictadura pensé que lo que defendíamos era lo mismo. En el fondo, defender la libertad de enseñanza no es un problema de titularidades y presupuestos. Lo que se defiende no es sólo la Escuela, se defiende la libertad… y cuando una Administración amenaza la libertad hay que salir a la calle con la cabeza bien alta defendiendo de nuevo la dignidad.

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