En unos días será Pascua, ya lo sabéis: “El Hijo del Hombre” va a ser entregado para ser crucificado…
Recuerdo el viaje de Egeria, una joven cristiana de la Hispania romana, de Galicia, algunos dicen que del Bierzo leonés, en el siglo IVº, que con motivo de su peregrinación a tierra santa, nos cuenta, de modo epistolar, qué sucede en Jerusalén durante estos días santos.
Comprendemos que en los lugares mismos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, trataran de revivir las acciones decisivas del Hijo bien amado tal y como son descritas por los evangelios.
Esto hace que la Iglesia de Jerusalén desarrolle una liturgia itinerante: seguir paso a paso las huellas, el camino de Jesús en aquellos días.
Enseguida las comunidades cristianas se han significado por dos características que perduran hasta nuestros días: el carácter peregrinante de cada celebración y la intervención del mimo para acercar lo más posible a los acontecimientos lo que estamos celebrando, ayudándonos a interiorizarlo.
Basta que nos fijemos en la liturgia de estos días y en tantas manifestaciones externas -las procesiones- que permiten ver -para sentir- aquellos acontecimientos que no sólo recordamos, sino que actualizamos para nosotros, para nuestra vida de fe, para nuestra vida, para que se haga seguimiento de las huellas dejadas por el paso de Jesús por nuestro mundo, nuestra historia, y, hoy, por nuestra vida personal, la de cada uno de nosotros.
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